¿Cómo sentirse listo
para lo que se venía? Desde el día uno, la pregunta inquietaba a Damián
permanentemente. Algunas veces sentía urgente contestarla; otras, el solo
plantearla parecía estéril. Y ahora, ya en el tramo final, la única respuesta
era un angustiante "No lo sé".
A pocas cuadras de
llegar, una imponente iglesia del barrio ya lucía sus decoraciones navideñas.
Damián solía sonreír cuando se las topaba de noche, en el trayecto de regreso
desde el distrito de Rebeca hacia el suyo. No obstante, aquellas luces y
jardines ya no le transmitían alegría, o acaso era el propio muchacho quien ya
no se dejaba envolver por ella. Porque ya ni Dios ni las ilusiones infantiles
tenían cabida alguna en sus pensamientos. Él ya no creía en ellos, ni sentía
que los mereciese en caso de que existieran.
Rebeca lo recibió sola
en casa. Como en sus años de secundaria, los ahora jóvenes de diecinueve años
volvieron a hacer el amor clandestinamente, acariciados por la tenue luz del
atardecer que lograba colarse por las cortinas. Pero esta vez algo era
distinto: tenían más presente que nunca que la profunda unión, la de ese instante,
no era de dos, sino de tres. En cada oportunidad él besaba y acariciaba su
vientre, que parecía pequeño para los ocho meses a cuestas. Se aferraba a ella,
a ambas, buscando atrapar una pizca de la calidez que se mudaría al hogar de
otros junto con su bebé. Entregaba todo su amor mientras aún tuviera ahí,
juntas, a sus dos mujeres. Meses atrás, deambulando en una tarde de invierno,
había escrito en una pared "Damián y
Rebeca... y nuestra pequeña", como si aquellas palabras parchasen en
algo su pérdida inminente.
Terminado el encuentro,
la pareja se vistió para salir a pasear por los parques aledaños, deteniéndose
en el que había albergado más conversaciones, peleas, reconciliaciones y promesas.
Sentados en una banca se dieron un largo y silencioso abrazo. ¿Qué decir ahora?
Rebeca lucía serena,
como segura de que superaría todo como sea. Sonriente rompió el hielo y comenzó
a especular sobre cómo sería la niña. Damián, sorprendido por la calma de quien
se llevaba la parte más difícil, se animó a seguir la conversación. Mientras
hablaban de qué rasgos físicos podría heredar de cada uno, interiormente él
anhelaba para su hija la dulzura que tanto adoraba de la madre, pero sin la
fragilidad, la ansiedad, la inseguridad, o la permanente necesidad de
protección de ésta. Quería que, por el contrario, tuviera aquella chispa de la
familia paterna que el papá había perdido en su temprana juventud, sin saber
exactamente cuándo ni cómo.
El entusiasmo de la
charla se diluyó conforme se acercaba la hora de despedirse. A días del parto,
Rebeca debía volar con sus padres hasta Chicago para consumar la adopción.
Ellos, que no tuvieron contacto alguno con Damián durante el embarazo, se
habían encargado de todos los trámites, así como de los cuidados que su hija requiriera.
¿Y qué le correspondía al chico? Por pedido de Rebeca y de sus padres a través
de ella, él solo debía callar, no intervenir, y ocultar al mundo que tendría
una hija.
Cuando la caída de la
noche terminó con la conversación trivial, Rebeca acarició las mejillas de su
novio para secarle las lágrimas.
—Todo va a estar bien —susurró
solemne, pero provocando involuntariamente que Damián rompiera en llanto.
—Lo siento, soy tan
insignificante... Perdóname, por favor. ¡Por mi cobardía decidiste hacer esto!
—dijo el chico con la voz quebrada, temblando de impotencia.
—No, mi vida. Esto lo
decidimos juntos y me alegra que me acompañaras dentro de lo que pudiste.
Créeme, no hubiera sacado esto adelante sin ti a mi lado —Rebeca mantenía la
calma con ternura.
—Te amo. Estoy muy
orgulloso de tu fortaleza y te admiro demasiado. Por favor sé fuerte. Nos
encontraremos apenas regreses.
—Estaré bien. Me voy a
mantener fuerte por ti, por los dos. Si te caes, yo te levanto. Y al revés
también, ¿recuerdas?
Tras despedirla, Damián
partió en el viaje en bus más triste y solitario de su vida, llorando durante
todo el trayecto ante la curiosidad de los pasajeros presentes. Al llegar a su
barrio merodeó durante un rato por las calles que lo vieron crecer en tiempos
más simples. Tenía que tomar aire, tragar el nudo en la garganta, entrar a casa
y poner buena cara ante sus padres, como hizo tras cada episodio extremo que
atravesó junto a Rebeca. Porque la vida era ingrata y el destino había puesto
toda su crueldad sobre ambos.
¿Y cómo viviría después
de esto? Tampoco había quien atendiera esta nueva pregunta. Lejos de que
alguien se asomara para contestarla, a la vista solo había niños cruzando de la
mano con sus padres en una dolorosísima imagen de lo que podría haber sido. Con
ese panorama la alegría parecía alcanzable para cualquiera, excepto para él y
para ella. La culpa y la infelicidad eternas eran aterradoramente palpables.
Entonces, ante este miedo inconmensurable, surgió la debilidad en forma de negación, la suspicacia de que tanta desdicha parecía improbable. “¿Y si no es cosa del azar?”. Porque Rebeca podía no haber sido del todo sincera, manipulándolo como parecía que había hecho antes. Porque por esa bebé volvieron a estar juntos. Porque todo lo atravesado desde los catorce años hasta ahí parecía demasiado castigo para un par de adolescentes.
Entonces, ante este miedo inconmensurable, surgió la debilidad en forma de negación, la suspicacia de que tanta desdicha parecía improbable. “¿Y si no es cosa del azar?”. Porque Rebeca podía no haber sido del todo sincera, manipulándolo como parecía que había hecho antes. Porque por esa bebé volvieron a estar juntos. Porque todo lo atravesado desde los catorce años hasta ahí parecía demasiado castigo para un par de adolescentes.
De repente la depresión,
el aislamiento, los desórdenes alimenticios, la desmedida dependencia, y sus
amagues de suicidio, ya no lucían tan casuales todos juntos. Y aquel primer
embarazo a los dieciséis, cortado por la cobardía de ambos, representaba
suficiente culpa para compartir de por vida. Pero no. La explicación era que
así es la vida. A Damián solo le tocaba recoger los pedazos de sí mismo, no
victimizarse y continuar, seguir creyendo devotamente en la pureza de su amada
sin buscar culpables, ya que era imposible, inimaginable, que todo fuese
premeditado por ella... Y sin embargo, sí lo fue.
Keane - We Might as Well Be Strangers
I don't know your face no more
Ya no reconozco más tu rostro
Or feel the touch that I adore
ni siento las caricias que adoro.
I don't know your face no more
Ya no reconozco más tu rostro.
It's just a place I'm looking for
Es solo un lugar que estoy buscando.
We might as well be strangers in another town
Podríamos ser extraños en otra ciudad,
We might as well be living in a different world
podríamos estar viviendo en un mundo diferente.
We might as well...
Podríamos...
We might as well...
Podríamos...
We might as well...
Podríamos...
I don't know your thoughts these days
No conozco tus pensamientos en estos días.
We're strangers in an empty space
Somos extraños en un espacio vacío.
I don't understand your heart
Ya no entiendo tu corazón.
It's easier to be apart
Es más fácil estar separados.
We might as well be strangers in another town
Podríamos ser extraños en otra ciudad,
We might as well be living in another time
podríamos estar viviendo en otra época.
We might as well...
Podríamos...
We might as well...
Podríamos...
We might as well be strangers
Podríamos ser unos extraños,
Be strangers
ser extraños.
For all I know of you now...
Por todo lo que sé de ti ahora...
For all I know of you now...
Por todo lo que sé de ti ahora...
For all I know of you now...
Por todo lo que sé de ti ahora...
For all I know...
Por todo lo que sé...