Es bastante curioso el sentimiento que me trajo el indeciso invierno limeño de este año. Hace tiempo, en una de las tantas tardes de ocio en tu casa leíamos un artículo acerca del clima y su influencia en el estado de ánimo, por el cual te comenté sobre mi hipersensibilidad climática y que esta no solo tenía que ver con mi circunstancial estado de ánimo, sino también con ese impetuoso hombre nostálgico que surge a través de mí tan seguido. Es que el invierno y la primavera fueron adquiriendo diversos significados a lo largo de los últimos siete años. O mejor dicho, un solo significado definido por miles de recuerdos casi todos relacionados a ti porque, como ya te lo había dicho, nadie ha abarcado tanto ni ha tenido un pedazo tan grande de mi vida como tú. El solo salir hacia el paradero del autobús y sentir en la cara los delicados pinchazos de la garúa citadina, con alguna canción de Arcade Fire de fondo, puede llegar a convertirse casi en un trance, en una separación mental de mi cuerpo para transportarme a alguna de nuestras tantísimas aventuras durante los catorce, quince, dieciséis o diecisiete años. Lo mismo ocurre con los atisbos solares de la primavera, que aunque no estén presentes ahora son los que más estoy recordando en estos momentos.
Una cosa lleva a la otra. Normalmente el tiempo nublado de estos días me estaría trayendo recuerdos más relacionados con el invierno, pero lo que ocurre es que esta vez no son las grises nubes limeñas las que aclimatan mis pensamientos, sino la noción de la fecha a la que nos estamos aproximando. Cual cumpleaños o noche de Año Nuevo, esta fecha suele convertirse en un recuento obligatorio, en una reflexión y añoranza de todo lo vivido hasta ahora y de los acontecimientos más significativos. A veces también invita a sentarse a desempolvar objetos y a recordar aquellos símbolos, palabras y códigos solo comprendidos por nosotros. Si bien algunas son creadas por nosotros mismos y otras simplemente las encontramos en el camino, todas estas cosas comparten algo: ser la materialización de nuestros sentimientos. Y entre esas cosas hoy recuerdo una de especial importancia: nuestra canción.
Como dije, estos días invitaban a recordar lo nuestro, es por eso que volví a sumergirme irremediablemente, a dejarme atrapar entregándome al ensueño y la magia de esta canción, magia cuya fuente desconozco si proviene de la canción por sí misma o de las entrañables imágenes que me trae, o ambas cosas. No puedo saberlo. Lo único que sé es que estoy bajo su hechizo nuevamente, aquí, en la oscuridad de mi cuarto, dejando que me invada a través de mis audífonos. Porque como dice Silvio Rodríguez en Compañera: "La canción me da todo / aunque no me respeta / se me entrega feliz cuando me viola..."
Y me desvanezco, me derrito de amor y me veo en la imperiosa necesidad de volver a escribir a detalle sobre ella, sobre todo lo que representa. No sé si lograré hacerlo mejor que la primera vez que te hablé acerca de ella, pero de lo que estoy seguro es de que nunca terminaré de describir lo que me hace sentir. Así que, una vez más, en medio de mi torpeza intentaré relatártela y explicártela conforme avanza...
Aún recuerdo -y estoy seguro de que tú también- aquella primavera del año 2010. Habíamos tomado por costumbre el que yo te recogiera de tu colegio todos los jueves para luego ir a pasar la tarde a tu casa, aunque el pequeño detalle era que, por afortunadas circunstancias, tus padres trabajaban hasta tarde y tu hermana solía estar ausente por la universidad. En ese detalle pensaba cada vez que tomaba tu mano por primera vez, con tus amigos y amigas del colegio expectantes a lo lejos, con ese detalle se alimentaba la ansiedad que hacía palpitar más fuerte mi corazón, encantado, embelesado por el suave sol primaveral tocando tu piel, metiéndose delicadamente a tu frente por las rendijas que dejaba tu cerquillo, que hacía brillar esas tímidas manos que colgaban de un par de delicados brazos casi siempre abrigados por una chompa o una casaca pese al calor, timidez tan característica de ti hasta hoy, la cual te hace temerosa de que cualquier extraño pueda siquiera aproximarse a ver tu sagrada piel, tu templo.
Nos movilizábamos en el transporte público, conversando de cómo fue nuestro día, de lo que estemos haciendo en el colegio. Solíamos sentarnos atrás, contigo arrinconada en una de las esquinas del bus y conmigo a tu costado, cuidándote (o intentando cuidarte) de cualquier otro chico que se te pueda acercar. Al llegar, caminábamos nuevamente de la mano las tres cuadras que nos separaban de nuestro apasionado destino...
Tras deshacernos de las mochilas y demás cosas que estorbaran, buscabas la llave del entrañable cuarto de arriba del edificio. Traviesa, temerosa, ingenua, pero llevada por el fuerte deseo de compartirnos nuevamente. No sé tú, pero a mí siempre representó un impulso especial el cómo nos veía la gente que nos rodeaba, el cómo nos juzgaba, el cómo nos analizaba, el cómo les causábamos curiosidad, ternura o preocupación, el cómo poníamos sobre sus mentes la pregunta de si dos chiquillos de dieciséis años podían amarase, de cuánto podrían llegar a amarse, de si de verdad podían sentir auténticamente lo que era el amor incondicional...
Cuando el sol comenzaba a debilitarse, pero sin dejar de brillar, subíamos sigilosamente, intentando ocultar nuestra emoción de los entrometidos vecinos de los otros departamentos. A pesar de que era tu casa, casi siempre me dabas la llave para que yo abriera, dejando a mis poco más experimentadas y poco más delictivas manos encargarse de abrir las puertas hacia nuestro dulce pecado. Cerraba con llave ante tu cómplice mirada y tu tierna (tan tierna) sonrisa. Tus ojos me pedían, quizá sin qué tú misma lo notaras con claridad, ese encierro, ese aislamiento de todos los prejuicios y las miradas, ese asilo temporal para unirnos y burlarnos del mundo. La piel de nuestros brazos, tornándose naranja por la media luz que entraba en aquel cuarto de muchos muebles de madera y cortinas cerradas, esperando ansiosa por palpar la piel naranja del resto de nuestros cuerpos, esperando a que la piel entera de nuestros cuerpos se fuera tornando gris conforme cayeran el atardecer y la noche. Y ese cuarto, donde cometimos tantas cotidianidades como mover muebles y visitar a tu conejo, que parecía tan ordinario y corriente como tantos otros en el resto de azoteas del mundo, se transformaba por la media luz que daba ambiente a la calidez de nuestro amor emanándose, chocando y rebotando contra las paredes, transformándonos a nosotros mismos, convirtiendo a uno en el santuario del otro, uniéndonos, fundiéndonos en uno solo, apenas distinguiendo que somos seres separados al buscar y encontrar la sonrisa del otro, percatándonos cada uno de que hay alguien al frente capaz de dar y recibir exactamente la misma felicidad en un complemento perfecto. La dicha, el deleite, el alcance del Nirvana bajo unas delgadas sábanas, por dos escolares cuyos ojos se clavan en una mirada penetrante y eterna.
Todos los "te amo" quedan cortos para lo vivido. Nos resignamos a expresarnos sin palabras y simplemente nos echamos, nos abrazamos, le robamos besos al otro mientras nos vestimos, mientras intentamos ganarle la carrera a la noche, a la llegada de nuestros padres y a la del mundo terrenal que nos saque de la magia engendrada. Antes de que la media luz se haga oscuridad, salimos a caminar, abrazados, cariñosos para recibir juntos el aire fresco contra nuestros rostros, a caminar nuevamente por todas esas calles que albergaron nuestros momentos buenos y malos, que acogieron nuestros hechos pasados y que acogerán a los venideros. No existen más certezas en el mundo que la que dictan nuestros sentimientos hacia el otro, no entendemos a la vida en su accidentada y confusa forma, desconocemos las demás historias de las demás azoteas, las vivencias amorosas del resto de parejas... Nos regocijamos en nuestra ignorancia feliz. Nuestras cabezas son casas sin ventanas suficientes, prestas para dejar entrar solo lo nuestro y rechazar cualquier cosa ajena.
Hasta hoy, en cada momento de ensueño, en cada nueva experiencia feliz cuasi irreal, seguimos jurando que no estamos durmiendo, que todo es verdadero, que existimos. Los sueños no pueden durar tantos años. No soñamos, seguimos caminando por nuestras calles, creciendo, amando, acumulando cicatrices y tesoros...
...por el resto de nuestras vidas.
Y me desvanezco, me derrito de amor y me veo en la imperiosa necesidad de volver a escribir a detalle sobre ella, sobre todo lo que representa. No sé si lograré hacerlo mejor que la primera vez que te hablé acerca de ella, pero de lo que estoy seguro es de que nunca terminaré de describir lo que me hace sentir. Así que, una vez más, en medio de mi torpeza intentaré relatártela y explicártela conforme avanza...
Aún recuerdo -y estoy seguro de que tú también- aquella primavera del año 2010. Habíamos tomado por costumbre el que yo te recogiera de tu colegio todos los jueves para luego ir a pasar la tarde a tu casa, aunque el pequeño detalle era que, por afortunadas circunstancias, tus padres trabajaban hasta tarde y tu hermana solía estar ausente por la universidad. En ese detalle pensaba cada vez que tomaba tu mano por primera vez, con tus amigos y amigas del colegio expectantes a lo lejos, con ese detalle se alimentaba la ansiedad que hacía palpitar más fuerte mi corazón, encantado, embelesado por el suave sol primaveral tocando tu piel, metiéndose delicadamente a tu frente por las rendijas que dejaba tu cerquillo, que hacía brillar esas tímidas manos que colgaban de un par de delicados brazos casi siempre abrigados por una chompa o una casaca pese al calor, timidez tan característica de ti hasta hoy, la cual te hace temerosa de que cualquier extraño pueda siquiera aproximarse a ver tu sagrada piel, tu templo.
Nos movilizábamos en el transporte público, conversando de cómo fue nuestro día, de lo que estemos haciendo en el colegio. Solíamos sentarnos atrás, contigo arrinconada en una de las esquinas del bus y conmigo a tu costado, cuidándote (o intentando cuidarte) de cualquier otro chico que se te pueda acercar. Al llegar, caminábamos nuevamente de la mano las tres cuadras que nos separaban de nuestro apasionado destino...
Tras deshacernos de las mochilas y demás cosas que estorbaran, buscabas la llave del entrañable cuarto de arriba del edificio. Traviesa, temerosa, ingenua, pero llevada por el fuerte deseo de compartirnos nuevamente. No sé tú, pero a mí siempre representó un impulso especial el cómo nos veía la gente que nos rodeaba, el cómo nos juzgaba, el cómo nos analizaba, el cómo les causábamos curiosidad, ternura o preocupación, el cómo poníamos sobre sus mentes la pregunta de si dos chiquillos de dieciséis años podían amarase, de cuánto podrían llegar a amarse, de si de verdad podían sentir auténticamente lo que era el amor incondicional...
You told us that we were too youngNow that night's closing inAnd in the half light we run
Cuando el sol comenzaba a debilitarse, pero sin dejar de brillar, subíamos sigilosamente, intentando ocultar nuestra emoción de los entrometidos vecinos de los otros departamentos. A pesar de que era tu casa, casi siempre me dabas la llave para que yo abriera, dejando a mis poco más experimentadas y poco más delictivas manos encargarse de abrir las puertas hacia nuestro dulce pecado. Cerraba con llave ante tu cómplice mirada y tu tierna (tan tierna) sonrisa. Tus ojos me pedían, quizá sin qué tú misma lo notaras con claridad, ese encierro, ese aislamiento de todos los prejuicios y las miradas, ese asilo temporal para unirnos y burlarnos del mundo. La piel de nuestros brazos, tornándose naranja por la media luz que entraba en aquel cuarto de muchos muebles de madera y cortinas cerradas, esperando ansiosa por palpar la piel naranja del resto de nuestros cuerpos, esperando a que la piel entera de nuestros cuerpos se fuera tornando gris conforme cayeran el atardecer y la noche. Y ese cuarto, donde cometimos tantas cotidianidades como mover muebles y visitar a tu conejo, que parecía tan ordinario y corriente como tantos otros en el resto de azoteas del mundo, se transformaba por la media luz que daba ambiente a la calidez de nuestro amor emanándose, chocando y rebotando contra las paredes, transformándonos a nosotros mismos, convirtiendo a uno en el santuario del otro, uniéndonos, fundiéndonos en uno solo, apenas distinguiendo que somos seres separados al buscar y encontrar la sonrisa del otro, percatándonos cada uno de que hay alguien al frente capaz de dar y recibir exactamente la misma felicidad en un complemento perfecto. La dicha, el deleite, el alcance del Nirvana bajo unas delgadas sábanas, por dos escolares cuyos ojos se clavan en una mirada penetrante y eterna.
Strange how the half lightCan make a place newYou can't recognize meAnd I can't recognize you
Todos los "te amo" quedan cortos para lo vivido. Nos resignamos a expresarnos sin palabras y simplemente nos echamos, nos abrazamos, le robamos besos al otro mientras nos vestimos, mientras intentamos ganarle la carrera a la noche, a la llegada de nuestros padres y a la del mundo terrenal que nos saque de la magia engendrada. Antes de que la media luz se haga oscuridad, salimos a caminar, abrazados, cariñosos para recibir juntos el aire fresco contra nuestros rostros, a caminar nuevamente por todas esas calles que albergaron nuestros momentos buenos y malos, que acogieron nuestros hechos pasados y que acogerán a los venideros. No existen más certezas en el mundo que la que dictan nuestros sentimientos hacia el otro, no entendemos a la vida en su accidentada y confusa forma, desconocemos las demás historias de las demás azoteas, las vivencias amorosas del resto de parejas... Nos regocijamos en nuestra ignorancia feliz. Nuestras cabezas son casas sin ventanas suficientes, prestas para dejar entrar solo lo nuestro y rechazar cualquier cosa ajena.
We run through these streetsThat we know so wellAnd the houses hide so muchWe're in the half lightNone of us can tellThey hide the ocean in a shellThe ocean in a shellOur heads are just housesWithout enough windowsThey say you hear human voicesBut they're only echoesThey're only echoes...
Hasta hoy, en cada momento de ensueño, en cada nueva experiencia feliz cuasi irreal, seguimos jurando que no estamos durmiendo, que todo es verdadero, que existimos. Los sueños no pueden durar tantos años. No soñamos, seguimos caminando por nuestras calles, creciendo, amando, acumulando cicatrices y tesoros...
We are not asleep,We are in the streets...
...por el resto de nuestras vidas.
Arcade Fire - Half light I
You told us that we were too young
Tú nos dijiste que éramos demasiado jóvenes,
Now that night's closing in
ahora que la noche se asoma
And in the half light we run
y en la media luz corremos.
Lock us up safe and hide the key
Enciérranos a salvo y esconde la llave.
But the night tears us loose
Pero la noche se cierne sobre nosotros
And in the half light we're free
y en la media luz somos libres.
Strange how the half light
Extraño es cómo la media luz
Can make a place new
puede hacer que un lugar se vea nuevo.
You can't recognize me
No puedes reconocerme,
And I can't recognize you
y yo no puedo reconocerte a ti.
We run through these streets
Corremos por todas estas calles
That we know so well
que conocemos tan bien
And the houses hide so much
y las casas esconden tantísimas cosas...
We're in the half light
Estamos a media luz,
None of us can tell
ninguno de nosotros lo puede decir,
They hide the ocean in a shell
ellos escondieron el océano en un caparazón.
The ocean in a shell
El océano en una caparazón...
Our heads are just houses
Nuestras cabezas son simples casas
Without enough windows
sin ventanas suficientes.
They say you hear human voices
Dicen que puedes escuchar voces humanas,
But they're only echoes
pero estas son solo ecos.
They're only echoes
Son solo ecos...
They're only echoes
Son solo ecos...
Only echoes
Solo ecos...
We are not asleep,
No estamos dormidos,
We are in the streets...
estamos en las calles...