jueves, 26 de julio de 2018

Pamela (Parte 1)


Quiero sexo casual esta noche. Eso me dije así, tan suelto de huesos, un jueves del invierno de 2017, meses después de terminar una relación de más de nueve años. Aunque no buscaba nada para el corazón, el cuerpo sí se inquietaba por tener algún encuentro físico; no por la abstinencia, sino por la gran expectativa de estar disponible tras tantísimo tiempo. Pero pese al tono caprichoso de la primera oración, no me malentiendan: no era como si se me antojara un dulce y bastara con salir corriendo a comprarlo. 

Esa certeza de las cosas no pertenecía en absoluto a este ámbito de mi vida. Nunca fui alguna suerte de macho alfa que pone la bala donde pone el ojo, y ni siquiera estaba seguro de irradiar algún tipo de sensualidad en las mujeres. De hecho, aquella relación de casi una década abarcó un crucial periodo entre mis catorce y mis veintitrés de edad, impidiéndome aprender todos los rituales y estrategias de seducción que casi cualquiera va conociendo, en mayor o menor medida, cuando está joven, soltero y sin compromiso. 

¿De dónde provenía esa relativa confianza, entonces? De dos hechos que se habían dado durante el último mes.

Ganando impulso

Años atrás, cuando me hallaba sumido en una profunda depresión y soledad (sí, ya sé que tenía novia, pero había otros vacíos), guardaba la penosa costumbre de ingresar a plataformas de chat como Omegle para buscar, en desconocidos, alguna charla profunda, una compañía amigable o alguien con quien desahogarme. Un plan que fracasó casi siempre, por cierto. Pero retomando el presente, me había percatado de que aquellas tristes motivaciones podían ser dejadas de lado, desviándome ahora hacia el atractivo principal para los usuarios de aquellos espacios: el sexting. ¿Por qué no probarlo?

Ya no habiendo una pareja a la cual respetar (así soy yo, un moralista), quedaba totalmente libre de escribirme lo que quisiera con quien quisiera, explayándome a placer. Fue así como, en aquel terreno virtual, di rienda suelta a mi poco autoconocida imaginación y pude compartir gratas experiencias con no pocas mujeres, empleando solo palabras. Si bien tuve siempre la sensación de que había, en lo profundo de mí, un lado mucho más lujurioso y morboso, nunca lo había visto con tanta claridad, ni explorado con tanta libertad como en esas semanas, ante la satisfacción por los muy buenos comentarios que recibía de mis ocasionales acompañantes. Ya sé, me dirán que no se puede confiar en lo que diga cualquier desconocida, que lo pueden decir por compromiso, que seguro se lo dicen a todos. Bueno, para bien y para mal, una marcada e involuntaria costumbre mía es la de minimizar siempre, SIEMPRE, cualquier elogio que reciba. Así que créanme: basándome en la cantidad de buenas referencias y en el análisis de las mismas, cabía sentirme más o menos seguro de lo que mi cerebro pudiera maquinar para estos fines.

No obstante, aquellas "hazañas" solo pertenecían a un entorno anónimo, hecho exclusivamente para el lenguaje escrito. Mientras tanto, en el plano físico en el que se practica el sexo de verdad, estaba en nada en cuanto a la seducción, apenas aprendiendo a gatear para superar la inexperiencia, la timidez y el resto de inseguridades que traía tan arraigadas. En esa línea, el segundo hecho al que me refiero se dio fuera de esta zona de confort digital y fue lo que consolidó mis esperanzas de concretar, algún día, el ansiado one night stand.

Unas noches antes de la historia que hoy nos ocupa, me animé a acompañar a mi amigo Karl a una fiesta. Iba solo para tomar y relajarme, con cero expectativas de ligar por sentirme aún demasiado verde, casi estigmatizado por la enorme brecha entre mi interacción virtual y la que podía ofrecer cara a cara a una chica. No obstante, todo cambiaría gracias a una simpática joven de ojos verdes que me había estado mirando desde que llegué. Algunos tragos de más me animaron a acercarme a ella, y mientras bailábamos me dio aquel glorioso beso, el primero a otra mujer en demasiados años.

¿Cómo podía haberle gustado a esta chica, que era tan sexy y había captado la atención de casi todos los hombres del lugar? Aunque no me quedaba tan claro, pensé en algunos factores, pues a lo mejor había alguno que pudiera replicar para próximas experiencias. ¿Habrá sido el físico? No lo sé. Hago ejercicios en mi casa y creo que eso se nota un poco, pero en el balance general, dudo que mi apariencia llame la atención a primera vista; mucho menos con ese semblante serio y callado -por no decir aburrido- que siempre mantengo. ¿Habrá sido mi modo de ser? Tampoco lo sé. Traté de sonar divertido y ocurrente, pero si me diferenciaba de los hombres de onda más urbana que habían ido, seguro era por ese lenguaje tan odiosamente formal. ¿O le habrá gustado algo de eso?, ¿o habrá sido un gusto sin meditar de su parte?, ¿un capricho sin sentido? Quién sabe. Tal vez solo se alinearon los astros en los que no creo y fue un simple golpe de suerte. En fin...

No ocurrió mucho más esa noche, pero yo me sentí como si hubiera tocado el cielo. Considerando mi nula práctica en la materia, supongo que no estaba nada mal para una primera salida nocturna en la que no hubo nada premeditado.

¿Esta noche es la noche?

Volviendo al mentado jueves, sentí unas inusuales ganas de ir a una discoteca. Pese a que siempre odié bailar, de esa manera había conseguido cosas la vez anterior, así que quería volver a probar suerte. Para no ir solo llamé a Fernando, mi mejor amigo, un barman extrovertido y bohemio, exitoso en su chamba y con una facilidad natural para ligar con las chicas. Sorprendidísimo por mi propuesta, accedió sin chistar.

Llegamos a medianoche a una populosa discoteca del Centro de Lima, que contaba con ambientes en los que sonaban distintos géneros musicales. En uno ponían reggaetón, salsa y bachata; en el otro, música electrónica para armar fiestas rave. Entonces, tratando de repetir las circunstancias de la fiesta de días atrás, Fernando y yo optamos por los ritmos latinos.

Compramos unas cervezas y procedimos a tomar mientras analizábamos la escena. Por ser jueves había poca gente, y las chicas presentes habían acudido al local con grupos de amigos, de esos que se cierran y solo bailan entre ellos. Nos quedaba seguir tomando −en mi caso, para soltarme más− hasta que llegara un momento que pudiésemos aprovechar. El de Fernando llegó primero cuando una alegre morena se quedó sin pareja en su grupo y él le extendió la mano mientras sonaba una bachata. Yo quedé solo en mi rincón con mi trago en la mano. No sabía bailar esa música y rápidamente comencé a bajonearme por la situación.

Nunca deja de sorprenderme -y de frustrarme- la volubilidad de mi estado de ánimo. Si al salir de casa iba lleno de ímpetu y optimismo para concretar mi plan, ahora me sentía un absoluto fracasado. No llegaban más mujeres, Fernando ya besaba a su pareja de baile, y yo parecía condenado a quedarme colgado hasta que se acabara el alcohol. Iba visualizando lo que sucedería: Fernando se iría a un hotel con la morena; y como los hombres poseemos un código distinto al de las chicas y no nos acompañamos incondicionalmente, yo le iba a dar una palmada en la espalda por su hazaña, me despediría y volvería a mi casa sintiéndome ridículo, patético por siquiera imaginar que yo podía “campeonar” igual que él, igual que tantos otros. “¿En serio creíste que por esos encuentros virtuales y unos besos en una fiesta ya estabas a la altura de aquello que buscas?”. Algo así me decía a mí mismo. La frustración se convirtió en una suerte de tristeza y solo quería teletransportarme a mi cuarto, olvidar todo, nunca más planear algo como esto. Así de fácil podía ponerme fatalista cuando de estos menesteres se trataba, pues la inseguridad era muy marcada.

¿El giro soñado?

Pasó una media hora mientras Fernando seguía bailando. Yo mataba el rato tomando y comprando más cerveza, revisando mi celular como si me estuvieran llegando mensajes para hacerme el importante, el que tenía un motivo justificable para no estar moviéndose como el resto. Fui al baño por un par de minutos, y al volver había cambiado por completo el panorama la noche: Fernando y la morena habían desaparecido. Los fui a buscar por toda la discoteca, porque él no se habría ido sin avisarme. Al llegar a la zona de música electrónica lo vi parado junto a dos chicas nuevas.

—Se quitó la flaca con la que bailaba, pero me dejó su número. Me he encontrado a estas dos solitas y ya estoy pulseando a una. Tú mismo eres con la otra— me dijo él discretamente.

Me sorprendí por la rapidez de Fernando y me forcé a cambiar el chip en un segundo para asimilar este nuevo escenario, procurando dejar de lado el letargo en el que caí para concentrarme en el nuevo objetivo. Mi buen amigo se había quedado con la que a la vista era la menor y la más predecible: unos 19 años, cabello castaño, de expresiones infantiles y con un semblante extrovertido e irreverente, pero sin mayor profundidad. El prototipo de chica con el que él siempre se sintió más cómodo. La que a mí me había tocado, en cambio, me resultaba un tanto enigmática: su cabello era negro, lacio y corto; su rostro estaba conformado por unos grandes y profundos ojos negros de mirada distante que siempre apuntaban hacia un costado, rodeados de cejas y pestañas cuidadosamente delineadas; y debajo, tan llamativos, estaban sus labios pintados de un intenso púrpura. Usaba jeans y un top por el calor que hacía dentro de la discoteca, lo que me permitió apreciar el detalle más intrigante de su delgado cuerpo, sus tatuajes: un unicornio geométrico en el brazo izquierdo, una estrella de mar y unas curiosas barras de colores en el brazo derecho, y una mariposa en la muñeca de la misma extremidad. Figuras totalmente disímiles e inconexas que podían decirme todo o nada sobre ella.

—Damián, ellas son Andrea y Pamela, son primas— dijo Fernando, presentándomelas —. Voy con Andrea a la barra para comprarnos unas chelas y conocernos. Los dejamos. Me llamas para cualquier cosa.

Podía sonar a lo más simple del mundo, pero yo me sentía intimidado. Me había quedado solo, bastante ebrio, con una desconocida a la que no podía leer bien de primera impresión y con la que estaba comprometido a quedarme por el resto de la noche, por cuestiones de consideración social. Felizmente no estaba en la fase de "borracho feo": conservaba aún el equilibrio, articulaba bien las palabras y solo me sentía más suelto. A lo mejor podía usar los efectos del alcohol a mi favor... ¿o no? De repente, sentí cómo la timidez quedaba de lado.

Le ofrecí un poco de mi trago y lo bebió de golpe. Pamela continuaba mirando a un lado con cierta indiferencia; pero cuando volteó por un segundo y nuestros ojos se cruzaron, tuve una suerte de revelación: por algún motivo, sentí la total certeza de que le había gustado. No sabía cuánto, pero le gustaba. Mi usual perspicacia ya no estaba sesgada por la inseguridad y la cerveza parecía ser mi amiga en esta ocasión. Comencé a mover ligeramente hombros y cabeza al ritmo de la música, mientras intentaba iniciar una conversación.

—¿Vienes seguido por aquí?

—No, en realidad. Es la segunda vez que vengo.

—¿Cuántos años tienes?

—Veinte, ¿y tú?

—Veintitrés.

Durante ese primer intercambio de palabras fui acercándome a ella. —Ven, bailemos—, le dije, mientras enrollaba mi brazo en su cintura y la acercaba hacia mí. Y entonces... Bueno, lamento arruinar lo que sé que resultaría interesante para quien sea que lea esto y que a mí podría servirme como aprendizaje, pero la verdad es que no recuerdo bien qué diablos ocurrió durante la siguiente hora y media. En serio, la vida puede ser muy caprichosa, porque ese es el único momento hasta la fecha en que el alcohol me ha nublado de esa manera. En mi memoria, lo ocurrido en ese lapso permanece con lagunas, con solo algunas imágenes sueltas de lo sucedido.

Pamela comentó que llevaba un buen rato tomando con su prima, y eso se notaba por su forma cada vez más indiscreta de observarme de pies a cabeza. Estábamos, pues, en igualdad de condiciones, por lo que mi modo de hablarle se volvió más directo y confianzudo. Aunque no retengo las palabras ni los temas que se tocaron, recuerdo haberla hecho reír, recuerdo sentirme cómodo y haberle confesado que la noche hubiera sido un fracaso si no se aparecía, que en realidad no era mucho de salidas nocturnas y que estaba volviendo a tenerlas "después de un tiempo". Ella me contó que tuvo un día pesado en el trabajo, que necesitaba relajarse con urgencia y que "ahora se sentía bien", o algo así, mientras envolvía más estrechamente mi cuello con sus brazos.

En cierto momento pregunté por sus tatuajes, y aunque no recuerdo lo que me explicó de cada uno, sí me quedó claro que las motivaciones detrás de estos eran poco pensadas. Hasta me dijo que había un par de los que se había arrepentido y que planeaba cubrir o borrar. Esto me pareció interesante, ya que parecía tratarse de una chica impulsiva, que hace lo que se le antoja primero y lo medita después.

—¿Me dejas ver el tuyo?— preguntó, señalando mi brazo izquierdo. Me remangué la playera y le mostré el único tatuaje que tenía por aquel entonces: era Kenshin Himura, el protagonista del anime Samurai X.

—Está bonito, pero no sé mucho de anime. ¿Qué personaje es y por qué te lo tatuaste?

—Digamos que es mi personaje de ficción favorito y que me inspira mucho— respondí con brevedad. No me quise detener mucho en este tema, porque era un tanto personal y porque no sumaba a mi causa.

—Interesante...

Sus dedos se deslizaron suavemente desde mi brazo hasta mi pecho, donde su mano pasó a estirarse para palparlo detenidamente.

—¿Te han dicho que tienes un bonito cuerpo?— preguntó, volviendo a mirar hacia un lado y con un forzado tono ligero, como queriendo minimizar sus sugerentes palabras.

—No, nunca. Muchas gracias, tú eres muy atractiva— contesté, esbozando una sonrisa confidente mientras la miraba directo a los ojos.

No mentía en mi respuesta. Realmente no me lo había dicho nadie, jamás, o al menos no de modo aislado y basándose solamente en lo físico. Esa sola pregunta multiplicó mi ímpetu por mil. Tras haber percibido una indiferencia general de parte de todas las mujeres del lugar, sentía ahora una tremenda inyección de adrenalina. Las expectativas por ver qué ocurriría después no hacían más que crecer.

Seguimos conversando sobre otros temas superficiales que no recuerdo, pero que yo intentaba abordar de forma ocurrente, con un sarcasmo y un humor que parecían gustarle. Lo mejor era que me sentía cómodo porque, aunque el alcohol me ayudaba a soltarme y a mostrarme más alegre de lo usual, de cierto modo seguía siendo yo mismo. Buscaba luchar con mis propias armas, consciente de mis limitaciones y de las actitudes que no podía emular de Fernando ni de cualquier otro tipo más experimentado y avezado.

—¿Lo dices en serio?— expresó ante mi cumplido —Yo me siento gorda, no me gusta cómo me veo— completó, mirándose con cierta resignación y desdén. Había algo familiar en lo que me decía, pero simplemente lo ignoré en ese momento y pasé a halagarla.

—¿Bromeas? Eres muy guapa.

De repente, sintiendo que era el momento justo, la besé y fui muy gratamente correspondido. Nuevamente fue glorioso, tal vez aún más que la vez anterior en que no supe bien cómo se llegó a concretar. Es que así funciona conmigo: me gusta tener claro el contexto de las cosas, indagar, ahondar en las razones por las que alguien pueda interesarse o ver cosas positivas en mí. No solo me ayuda con la inseguridad, sino que también me genera un placer y una satisfacción especial, sea cual sea el ámbito de mi vida en que esta peculiaridad entre a tallar. Si hablamos del sexo y de la atracción, esa profundización en las motivaciones termina prendiéndome más.

Durante ese primer beso confirmé, ya al cien por ciento, que le gustaba tanto en lo físico como en lo que yo le daba conocer de mi personalidad. Tomé unos segundos para disfrutar aquel instante que se iba extendiendo, pero sin perderme en él. Un beso no era lo único que buscaba aquella noche, así que debía enfocarme plenamente en ello.

Fuimos por más cerveza. La música electrónica se tornaba más atmosférica, más psicodélica. Comencé a sentir cierto "viaje", a pesar de que el alcohol era la única sustancia que había en mi organismo. Ella parecía compartir esa sensación, sus movimientos eran cada vez más libres y despreocupados. Aferrada a mi cuello, cerró los ojos y se entregó al beat que retumbaba en nuestro ambiente.

—Wuuuuu...— soltó con suavidad a mi oído mientras bailaba, casi como un soplido, era un sonido muy fresco que hasta hoy está grabado en mi memoria.

Es justo desde este punto que puedo recordar con claridad todo lo que vino después. Seguimos besándonos en ese estado de relajación, todo fluía hasta que me pidió que la esperara un rato y se fue al baño. Tras regresar luego de cinco minutos, se colgó nuevamente de mi cuello para seguir bailando. Todo parecía seguir su curso cuando, de pronto, la conversación se fue hacia un punto inesperado...

—¿Te parecen simpáticas las chicas que están por allá?— y me soltó, de la nada.

—Bueno...— tomé una pausa mientras miraba al techo— Supongo que sí, pero ¿por qué preguntas eso?— respondí, sintiendo que se activaba en mí cierto estado de alerta, que sus palabras entraban a mis oídos con una extraña reminiscencia a situaciones ya vividas.

—Ah, bueno, no sé, lo decía porque te vi mirándolas, seguro que te gustan. Si es así, normal, ah. Yo me voy por ahí y te dejo para que bailes con ellas.

Puedo decir, con toda seguridad, que no me fijé en absolutamente nadie. Es algo que pude haber hecho cuando recién llegué con Fernando, pero una vez que encontré a Pamela, realmente no me interesaba ver a nadie más. Era lógico: ¿por qué me iba a desconcentrar de ella y a descuidarla, con lo que sé que me costaría comenzar desde cero con otra mujer del lugar?

Haber estado tantos años con una novia tan insegura y celosa me había dado dos cosas: primero, la capacidad de proyectar cuán graves eran esos sentimientos en otra persona a partir de pequeñas frases y gestos; y segundo, el tacto para abordar fricciones como la que estaba iniciándose con Pamela. He de decir que siempre detesté este tipo de escenitas con mi ex. Me parecían lo más absurdo del mundo por distintos motivos, pero sobre todo porque, como ya les dije y ya habrán notado, soy bastante tímido e introvertido. Mi propia naturaleza me vuelve poco propenso a acercarme a otras mujeres, además de que mi respeto y principios están firmemente establecidos. Justamente por eso es que hoy escribo esta historia: porque se trata de un episodio totalmente fuera de lo común en mi vida. Quizá debía concederle a Pamela que no me conocía... Pero no, tampoco me iba a engañar a mí mismo con esa falsa justificación

Claramente ella estaba viendo fantasmas, tal vez por algún efecto del alcohol en combinación con esas inseguridades guardadas. Solo con esas palabras, con ver cómo las pronunciaba, podía darme una idea de qué otras cosas podían seguir y qué otros potenciales momentos desagradables podían producirse. Pero, ¿estaba dispuesto a tomar al toro por las astas para conseguir esa noche de placer que buscaba? Toda la excitación previa me animó a intentarlo hasta donde se pudiera.

—¿Qué? No, nada que ver. Solo te estaba esperando. Te aseguro que no me fijaba en nadie más. ¿Para qué iba a hacerlo, si estoy tan bien contigo ahora?— respondí, ocultando mi molestia y tratando de alivianar la situación.

—Estabas mirando a esas chicas, estoy segura. No lo digo como si estuviera molesta, eh. Por mí, normal. Solo dime y te dejo para que hagas lo que más quieras— contestó, con una mal disimulada ofuscación.

—Nada que ver, Pamela. Ya te lo dije: estaba teniendo una noche de mierda hasta que te apareciste. La estamos pasando muy bien, me gustas mucho y no quiero bailar con nadie más, solo quiero pasarla contigo— le susurré mirándola a los ojos, con calma y ternura, tomándola del rostro y volviéndola a besar.

—Está bien, discúlpame... Perdona, es que soy muy desconfiada y a veces me pongo así, sobre todo cuando alguien me gusta tanto como tú.

—No te pido que confíes. Basta con razonarlo: después de todo lo que hemos hecho, ¿tú crees que iba a querer pasarla con alguien más? Ni siquiera hubo alguna que se haya fijado en mí antes que tú.

—Ja ja ja, claro que te miran, oye. ¿No te das cuenta o te estás haciendo el huevón?

—Sinceramente, yo no percibí que nadie más me mirara. Creo que solo son tus celos— le dije riéndome, y lo creía de verdad— Solo olvidemos esto y sigamos bailando, ¿sí?

—De acuerdo.

Luego de asentir me dio un largo y profundo beso, me abrazó fuerte, recorrió toda mi espalda con sus manos sin importar que nos estén mirando, y me mordió fuerte los labios. Mi lado instintivo se calentaba, mientras que mi lado racional notaba que, sin duda, ella buscaba marcar territorio, establecer que yo era "suyo" ante todos los presentes. Mi carácter me lo reprochaba: ¿cuánto iba a ceder de mi orgullo por "campeonar"? Sin tenerlo muy claro, solo me limité a seguir bailando con ella. Los besos continuaban, gustándome, pero sin tener ya esa calma de hacía un rato. Estaba atento a cada gesto suyo, tenía que intentar orientar su intensidad al ámbito carnal y a ningún otro más.

—Me gustas mucho, Damián, no sé qué tienes que me encantas. No sé qué me pasa, te juro que no es algo que le diría a alguien que recién conozco, pero es lo que siento.

—También me gustas mucho, Pamela— contesté, convencido de que mi sentimiento no tenía el mismo grado que el de ella. Los besos se volvieron aún más candentes.

—Vamos, bésame más, quiero sentirte. Así, mira...— Y su lengua entro con más impulso a mi boca, y sus dientes apretaron más fuerte mis labios.

Parecía ser el momento. Estaba excitado, ella me gustaba, aunque también le tenía un poco de miedo. No quería conversar más, ni revelar más de mí, ni dejar pasar el tiempo suficiente como para que se generara otra escena de celos o algo peor, porque así de impredecible la veía. Quería llevármela a la cama y que el sexo desenfrenado desahogara toda las pasiones vertidas en ambos. Era hora, lancé la propuesta indecente:

—Pamela, ¿no quisieras ir a otro lado para continuar esto?— le dije en seco, con un tono confidencial, transmitiéndole mis deseos.

—No lo sé... Es que yo no te quiero solo para eso. O sea, de verdad me gustas mucho, no te puedo negar que sí me dan muchas ganas de acostarme contigo y que podría hacerlo, pero no quiero que todo quede en esta noche— respondió, directa, sin ningún rodeo.

—Qué lástima, porque de verdad te tengo muchas ganas— le dije sonriente, pero el tono de decepción se me notaba.

—Además, ya es tarde y tengo que llevar a mi prima a su casa. Su mamá me encargó cuidarla y no le puedo fallar. Pero dame tu número y nos vemos otro día.

El desenlace no me hacía mucha gracia. Yo quería lo contrario, que nuestro encuentro no fuera más allá de esa madrugada, pero no iba a ser posible. Tenía que contestarle rápido y le dije que sí. Saqué mi celular e intercambiamos números.

¿Cómo iba a ser el contacto por WhatsApp hasta volver a encontrarnos? Veía muchos riesgos: hasta entonces, las conversaciones por chat podían volverse más personales e íntimas, generándose un vínculo que yo no buscaba. Tampoco quería manipularla generando una confianza que dejara abierta la posibilidad de algo sentimental, esas mentiras iban en contra de mis códigos de no engañar de esa manera a ninguna persona. Tenía, entonces, que apostar todo al siguiente encuentro, a que ahí se concretaría todo sin que se generasen confusiones. No debía dejar que pasara demasiado tiempo.

—No quiero esperar mucho más, de verdad quiero verte pronto. Sé que esta propuesta puede sonar rara y fácil no puedes, ¿pero sería posible que nos volviésemos a encontrar aquí mañana?

—Bueno... Tienes razón, yo tampoco quiero esperar tanto. Mira, no te lo aseguro, pero haré todo lo posible por venir. Hay que ir coordinando por WhatsApp, ¿te parece?

—Está bien— y la volví a besar intensamente a modo de despedida. Sabía que no podría hacerlo una vez que buscáramos a su prima.

Ser o no ser... un hijo de puta

Fernando y Andrea conversaban cerca de la barra. No andaban en nada juntos y solo parecía una alegre charla. Pamela la llamó y volvió a despedirse de mí, esta vez con un simple beso en la mejilla.

—Ojalá nos veamos mañana— susurró.

Tras llamar a Andrea y despedirse de Fernando, las damas se retiraron cuando bordeaban las 5 de la mañana. Camino al barrio, en el taxi, intenté resumir a mi amigo todo lo acontecido, recibiendo comentarios alentadores y respuestas positivas a cómo había manejado las cosas.

—Listo, ya la hiciste. Intenta no chatear mucho con ella y te la encuentras mañana. La flaca es loca, va a caer fácil y la vas a pasar de puta madre.



No sabía si podría planear las cosas de forma tan calculadora, si estaría dispuesto a mover todos los hilos necesarios para lograr mi meta, incluso aquellos que me llevaran a las acciones más egoístas y manipuladoras. La deseaba con todas mis fuerzas, moría porque nos entregásemos en lo que prometía ser uno de los más ardientes encuentros que pudiera aspirar a tener, pero no había más que sintiera por ella. Pamela, por su parte, deslizó que quería conocerme más, cuando en realidad yo prefería no indagar en su vida ni en los trasfondos de su personalidad. Quería quedarme solo con que yo le gustaba, con que ella me deseaba también, con que ambos buscábamos lo mismo.

La noche siguiente podía resultar un desastre o la más memorable de todas. Listo o no, ahí me esperaba...


Soda Stereo - Entre Caníbales



Una eternidad
esperé este instante,
y no lo dejaré deslizar
en recuerdos quietos
ni en balas rasantes
que matan.

Ah, come de mí, come de mi carne.
Ah, entre caníbales...
Ah, tómate el tiempo en desmenuzarme.
Ah, entre caníbales...

Entre caníbales
el dolor es veneno, nena.
Y no lo sentirás hasta el fin
mientras te muevas lento,
y jadees el nombre
que mata.

Ah, come de mí, come de mi carne.
Ah, entre caníbales...
Ah, tómate el tiempo en desmenuzarme.
Ah, entre caníbales...

Una eternidad esperé este instante...